Guías nuevas, guías antiguas, y guías que cambian la vida

Todo cambia en esta vida y, si hay algo que reprochar a la época en la que nos encontramos, es que esos cambios son a veces tan impredecibles y rápidos, que a veces no es muy difícil adaptarnos a ellos. El problema es que estamos ante el típico caso de «adaptarse o morir», porque estos cambios están para quedarse, y además sustituyen de manera fulminante a nuestros viejos hábitos; así, no hay más remedio que aprender lo que nunca habíamos aprendido, y adaptarnos a lo que nunca pensamos que íbamos a conocer.

Por eso, en nuestras vidas son tan importantes las guías, y a tenor de los tiempos en los que nos ha tocado vivir, casi se están volviendo imprescindibles. Seguramente no era esa la idea que tenía George Coy cuando inventó la primera guía de teléfonos, haciéndolo para una actividad concreta; pero desde luego sí que fue el precursor de toda una serie de guías que fueron apareciendo en relación con múltiples campos, y que han llegado hasta nuestros días. Ahora podemos encontrar guías para una buena alimentación, guías para dormir bien, guías para conseguir trabajo, guías para mantenernos en buena forma… e incluso aparece de vez en cuando una guía para tener sexo. ¿Te parece alucinante?

No debería porque, según la opinión de muchos expertos, no explotamos lo suficiente nuestra sexualidad, y hay cien mil formas de mejorar nuestra vida sexual que, por lo visto, a ningún mortal ordinario se le ha ocurrido, sólo a ciertas mentes preclaras. Hay en estos momentos cien mil documentos en distintos formatos en los que se nos habla de técnicas amatorias, zonas erógenas, sexo tántrico, la importancia de los preliminares… y yo me pregunto: ¿después de millones de años reproduciéndonos, todavía no hemos aprendido a practicar sexo en condiciones?

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que muchos estaban bastante acojonados, porque una de estas guías para el sexo era, sin duda, el porno. Revistas, películas, videos x por internet, relatos eróticos… todo ello se puso de pronto en cantidades ingentes a disposición de cualquier usuario interesado en el asunto; y con la llegada de la red de redes, aquello creció en plan desmadre. Se descubrió que las generaciones más jóvenes andaban siguiendo a pies juntillas todas las «lecciones» que veían en esos benditos videos porno, sin darse cuenta de que la pornografía tiene como único fin excitar al televidente, sin preocuparse de ajustarse a la realidad. Por eso, los mitos, tabúes y prácticas sexuales que en la pornografía nos producen morbo, no tenían que ser tomados a pies juntillas para tener una buena vida sexual; sin embargo, los jóvenes, con ese exceso de información incontrolada, estaban haciendo de ellos los pilares de su vida sexual.

No todos los chicos y chicas estaban en estas circunstancias; ni todos los que estaban eran precisamente gente joven. El porno no entiende de edad, y aunque parezca increíble, puede alterar la realidad de cualquiera a cualquier edad si no se sabe controlar. Fíjate que, sin embargo, no conozco ninguna guía para consumir pornografía, y me pregunto si eso se debe a que no hay ninguna manera adecuada, o que en realidad nadie ha pensado en ello. Como sea, cualquiera debe pensar que el buen sexo en pareja no se trata de posturas imposibles, penetraciones a lo bestia o prácticas de BDSM (aunque estas no tengan nada de malo realizadas en su justa medida), sino que entran en juego muchas otras variantes: los gustos de cada uno, la situación del momento, e incluso el tener en cuenta si hay sentimientos románticos incluidos en esta ecuación.